Los ángeles de Irene

¡Buenos días, bombones!
¿Qué tal estáis? Espero que bien. Llevo muchísimo tiempo sin aparecer por aquí y los motivos son varios, aunque la falta de tiempo es el que más sobresale. Hoy he vuelto para rendir un pequeño homenaje a esas tres chicas que me han facilitado mi estancia en Córdoba durante más de 9 meses. Me voy "para siempre" de aquí y, aunque lo hago con lágrimas en los ojos, vuelvo a casa con mi familia y amigos (que también lo necesito ya). Mi etapa como estudiante está apunto de acabarse, al menos la inicial, puesto que aún me queda el máster y algún que otro proyecto en mente.
Por eso, me gustaría darle las gracias a todo el mundo que ha estado en mi vida apoyándome día tras día desde que empecé, porque si he llegado hasta aquí en parte ha sido gracias a ellos. Hace exactamente una semana viví unos de los momentos más increíbles de mi vida, mi graduación. Es un día que preparé a conciencia para que ningún detalle quedase indiferente. Exprimí la experiencia al máximo y disfruté de cada segundo para, así, no olvidarlo jamás.
Bueno, no me enrollo más. Muchas gracias a todas las personas que están en mi vida, porque hacen que cada día me levante con una sonrisa y me sienta afortunada, y, sobre todo, muchas gracias a las personas a las que le dedico este post, mis compañeras de piso, porque las voy a echar muchísimo de menos. Así que nada, os dejo aquí esta carta en la que echo la vista atrás y recuerdo el inicio de nuestra relación. Esto no ha acabado, niñas, que lo sepáis.

Un beso muy grande a todos y, como siempre digo, ¡gracias por leer :)!




Los ángeles de Irene

            Diez meses. ¡Qué rápido se pasa el tiempo! Aún recuerdo el primer día que vi el anuncio. Un retuit de Antonio S. –cuando se llevaba tuiter– me cambió la vida. Y, sí, digo que me cambió la vida porque así lo veo yo. No quise esperar. Ángela me miraba tras la pantalla de su ordenador asintiendo energéticamente; ella os conocía y sabía no podría hacer una mejor elección. Me puse en contacto contigo, Sheila, y sinceramente vi el cielo abierto cuando me pasaste las fotos y vi el buen estado del piso. “Será solo un año”, “me da igual las condiciones y el cuarto” “…apenas voy a estar allí” eran algunas de las frases que repetía a todo el mundo una y otra vez.
            Perdida y vagando por las indescifrables calles de ‘google maps’ intentaba localizar la maldita ubicación, pero ahí estaba uno de mis tres ángeles para esperarme en el ‘Hotel oxidao’ –recientemente conocido como “mi hotel”– y acompañarme. Lo vi y me enamoré, no quería buscar más. Unas compañeras agradables, una buena localización y un magnífico estado eran las palabras claves de ese día. Así que, una mañana de junio, a las 12h, volvimos a quedar, pero esta vez no sería para hacerme la maldita pregunta trampa: ¿de dónde eres, Irene? –uau, creo que ya es psicológico–, sino para firmar mi contrato de arrendamiento. ¿Mi contrato de arrendamiento? No. Fue más que eso; fue mi contrato de vida, mi contrato de amistad perenne, mi contrato de felicidad absoluta, mi contrato de lágrimas absurdas, mi contrato de noches en vela –porque os entretenía hablando sin parar–, mi contrato de risas y carcajadas indefinidas, en resumidas cuentas, un contrato de hermanas. Me he caído mil veces este año, si no más, pero ahí habéis estado vosotras con un abrazo, una sonrisa, un “todo va a salir bien”, un “te queremos”, un “aquí me tienes para lo que necesites”. Me he equivocado otras mil, pero también es verdad que he disfrutado muchas más. Pesan más los momentos buenos que los malos, y sí tengo que calificar mi experiencia no podría ponerle otra nota que no fuese SOBRESALIENTE.
            No me voy a enrollar más porque no quiero y porque esto no es una despedida, sino un recordatorio; un recordatorio de nuestro inicio. Si lo llamo así es porque tengo claro que esto no es un adiós, sino un hasta pronto, un hasta luego y, cómo no, un hasta siempre. Creo que cuando una persona comparte tantas horas con otras a lo largo de un extenso período de tiempo llegan a ser más que amigas. Y por eso, no puedo decir que seáis mis amigas porque sois más que eso; sois mis compañeras de piso, mis compañeras de aventuras, mis compañeras de risas, mis compañeras de Góngora y, a fin de cuentas, las mejores compañeras que tendré en toda mi vida. Os quiero mucho, niñas. Nunca cambiéis porque son esos pequeños matices los que os hacen únicas; María por mantener siempre esa sonrisa en la cara, Sheila por ser la personificación de la nobleza y Valle por conservar la inocencia más pura. Sé que tengo un carácter muy fuerte, pero creo que lo hemos sabido llevar ;).

PD: ni penséis que os vais a librar de mí. En septiembre vuelvo con más ganas que nunca, una minifalda y unos tacones para otra noche de fiesta.

Sois increíbles y gracias por tanto.

Irene.



No hay comentarios:

Publicar un comentario